CRISTIAN SALVI
cristian@salvi.net.ar
"Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral."
Ortega y Gasset
Desde hace un tiempo se ha puesto de moda autodefinirse como “progre”, como abreviación de “progresista”. Así se califica a actores sociales como progresistas; muchos políticos —el presidente por ejemplo— todo el tiempo se autodefinen así.
¿Qué quieren decir? Semanas atrás José Pablo Feimann hacía en una inteligente observación: ser progresista presupone adherir a una vertiente de la filosofía de la historia, que sostiene que ésta progresa hacia algún lado. Claramente ello atiende a la idea de progreso, que se utiliza para referirse a un movimiento hacia una dirección deseable y de realización de determinados objetivos, esencialmente significados en un desarrollo del orden social y la consecución de un bienestar progresivamente creciente. Aunque la linealidad histórica proviene de la patrística, la idea de progreso social es típicamente de la Ilustración, donde la fe en la razón y la aplicación de los métodos las ciencias naturales a los trabajos acerca del hombre abrirían posibilidades de un progreso ilimitado. Luego, es con el post-ilustrado Hegel donde más se acentúa la historiografía del progreso —que influye en la marxista, algo distinta—, al ser el promotor de la idea moderna del progreso, materializada en la historia de la totalidad del mundo como un movimiento progresivo hacia la consecución de un bien nuclear: la libertad.
De seguro quienes se dicen “progres” no lo hacen por abonar a alguna particular filosofía de la historia (más aun, en Argentina todo parece subsumirse en una antimoderna idea del eterno retorno), sino que en verdad usan el término como un eufemismo para decir que son más o menos de izquierda, acaso autocensurando su calificación política.
También decirse de “izquierda” exige un análisis de categorías con una noción histórica, máxime cuando la clasificación está en crisis. Veamos. La distinción nace en plena Revolución Francesa (hace más de doscientos años) entre quienes eran pro-monárquicos y los maximalistas, de modo hasta anecdótico: según como se ubicaron en la asamblea. Y desde ahí se siguió usando, sobre todo en sistemas dónde, por tener monarquías, era plausible aplicar el criterio originario, aunque también comenzó a denotar la mayor o menor tendencia a las reformas, generando una clasificación paralela que es la de liberales y conservadores. Esta distinción, que en Inglaterra viene desde la Revolución Gloriosa en el siglo XVII, es perfectamente aplicable en países anglosajones (y en algún otro europeo) porque allí los liberals son los reformistas, mientas que en Argentina, los liberales son la derecha (apelativo que se da incluso en países como España donde la distinción entre izquierda y la derecha es nítida y partidariamente definida entre el PSOE y el Partido Popular). La derechización de los liberales obedece a que quienes así se definieron lo eran solo en lo económico, rechazando el liberalismo político (por eso algunos tecnócratas como Martínez de Hoz o Cavallo fueron funcionarios de la dictadura) y el costumbrista. Si nos pusiéramos estrictos, tampoco lo liberals norteamericanos son verdaderos liberales, porque propician algún intervensionismo en la economía: el verdadero liberal lo es en todo, y ello llevó a una nueva categoría que designe a estos, conocidos como libertarios, más cercanos quizá al anarquismo (así habla de anarco-capitalismo por ejemplo).
Fuera de todo esto, lo cierto es que las nociones de izquierda y derecha están desaparecidas, usándoselas solo por comodidad, aunque no responden a criterio estricto alguno. Y esto no es nuevo: en la nociones tradicionales Stalin es la extrema-izquierda, y Hitler la extrema-derecha: más allá de decir que los extremos se tocan ¿en qué se diferenciaron? No es posible trasladar categorías de la Revolución francesa a hoy porque sencillamente devienen anacrónicas, todo potenciado por la circunstancia de que toda clasificación resulta insuficiente para encasillar a la heterogénea realidad; como dice Bobbio, deberíamos sino hablar de izquierda, derecha, y con ello de un centro; de ello, centro-derecha y centro-izquierda; más también, de extrema-izquierda y extrema-derecha; cuando no de más intermedios, sin contar con ello a las vertientes populistas. ¿No es más fácil designar a cada cual por lo que suscribe?
¿Progresistas o “estanquistas”?
Usando el sentido semántico estricto, y relacionado su paralelo anglosajón, son progresistas aquellos políticos que luchan por el progreso de la sociedad, en un movimiento, en una recambio, en un devenir superador, en un reformismo institucional para mejorar la sociedad, en una dirección hacia un “donde” que es el desarrollo, por medio de una ampliación de la libertad. Ahora bien, los intendentes que están por décadas gobernado monarquizando el municipio (como Quindimil de Lanús desde 1973 hasta 1976 y desde 1983 a la fecha; Enrique García, 19 años en Vicente López; Julio Alak —La Plata—, Raúl Othaceche —Merlo— y Hugo Curto —Tres de Febrero—, todos 15 años; etc., y que decir del longevo Elios Eseverri, en Olvarría, un radical K, que además tiene un hijo senador y miembro del Consejo de la Magistratura, y una hija Juez, elegida el año pasado por el órgano donde está el hermano…); los gobernadores que tienen reelección indefinida; los nepotistas y poseedores de “cortes reales” que ocupan el Estado; los dinosaurios mutantes partidarios (como abundan acá para no ir más lejos, personajes que hacen 20 años están dando vueltas en lo mismo, sin una nueva idea que aportar); y los sindicalistas eternizados, todos cuanto se dicen “progresistas”, ¿en verdad lo son? ¿O son más bien “conservadores” del statuo quo, del estancamiento político y social, del gatopardismo de cambiar –de posición- para que nada cambie? Retomando las ideas asociadas de progreso y libertad, ellos han acentuado la esclavitud del clientelismo, la dependencia, la construcción biográfica respecto al verdugo puntero, la recreación de la identidad esclava que el verdadero progreso viene a romper haciendo hombres libres. Al fin, ¿Qué progreso logró el progresista PJ de Buenos Aires a pesar de tener la Gobernación desde 1987 —o sea hace 20 años— y casi todos los intendentes del conurbano? Por eso el presidente no puede jactarse de progresista siendo aliado de todos estos y recreando, como lo hace, las peores prácticas de sus antecesores.
cristian@salvi.net.ar
"Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral."
Ortega y Gasset
Desde hace un tiempo se ha puesto de moda autodefinirse como “progre”, como abreviación de “progresista”. Así se califica a actores sociales como progresistas; muchos políticos —el presidente por ejemplo— todo el tiempo se autodefinen así.
¿Qué quieren decir? Semanas atrás José Pablo Feimann hacía en una inteligente observación: ser progresista presupone adherir a una vertiente de la filosofía de la historia, que sostiene que ésta progresa hacia algún lado. Claramente ello atiende a la idea de progreso, que se utiliza para referirse a un movimiento hacia una dirección deseable y de realización de determinados objetivos, esencialmente significados en un desarrollo del orden social y la consecución de un bienestar progresivamente creciente. Aunque la linealidad histórica proviene de la patrística, la idea de progreso social es típicamente de la Ilustración, donde la fe en la razón y la aplicación de los métodos las ciencias naturales a los trabajos acerca del hombre abrirían posibilidades de un progreso ilimitado. Luego, es con el post-ilustrado Hegel donde más se acentúa la historiografía del progreso —que influye en la marxista, algo distinta—, al ser el promotor de la idea moderna del progreso, materializada en la historia de la totalidad del mundo como un movimiento progresivo hacia la consecución de un bien nuclear: la libertad.
De seguro quienes se dicen “progres” no lo hacen por abonar a alguna particular filosofía de la historia (más aun, en Argentina todo parece subsumirse en una antimoderna idea del eterno retorno), sino que en verdad usan el término como un eufemismo para decir que son más o menos de izquierda, acaso autocensurando su calificación política.
También decirse de “izquierda” exige un análisis de categorías con una noción histórica, máxime cuando la clasificación está en crisis. Veamos. La distinción nace en plena Revolución Francesa (hace más de doscientos años) entre quienes eran pro-monárquicos y los maximalistas, de modo hasta anecdótico: según como se ubicaron en la asamblea. Y desde ahí se siguió usando, sobre todo en sistemas dónde, por tener monarquías, era plausible aplicar el criterio originario, aunque también comenzó a denotar la mayor o menor tendencia a las reformas, generando una clasificación paralela que es la de liberales y conservadores. Esta distinción, que en Inglaterra viene desde la Revolución Gloriosa en el siglo XVII, es perfectamente aplicable en países anglosajones (y en algún otro europeo) porque allí los liberals son los reformistas, mientas que en Argentina, los liberales son la derecha (apelativo que se da incluso en países como España donde la distinción entre izquierda y la derecha es nítida y partidariamente definida entre el PSOE y el Partido Popular). La derechización de los liberales obedece a que quienes así se definieron lo eran solo en lo económico, rechazando el liberalismo político (por eso algunos tecnócratas como Martínez de Hoz o Cavallo fueron funcionarios de la dictadura) y el costumbrista. Si nos pusiéramos estrictos, tampoco lo liberals norteamericanos son verdaderos liberales, porque propician algún intervensionismo en la economía: el verdadero liberal lo es en todo, y ello llevó a una nueva categoría que designe a estos, conocidos como libertarios, más cercanos quizá al anarquismo (así habla de anarco-capitalismo por ejemplo).
Fuera de todo esto, lo cierto es que las nociones de izquierda y derecha están desaparecidas, usándoselas solo por comodidad, aunque no responden a criterio estricto alguno. Y esto no es nuevo: en la nociones tradicionales Stalin es la extrema-izquierda, y Hitler la extrema-derecha: más allá de decir que los extremos se tocan ¿en qué se diferenciaron? No es posible trasladar categorías de la Revolución francesa a hoy porque sencillamente devienen anacrónicas, todo potenciado por la circunstancia de que toda clasificación resulta insuficiente para encasillar a la heterogénea realidad; como dice Bobbio, deberíamos sino hablar de izquierda, derecha, y con ello de un centro; de ello, centro-derecha y centro-izquierda; más también, de extrema-izquierda y extrema-derecha; cuando no de más intermedios, sin contar con ello a las vertientes populistas. ¿No es más fácil designar a cada cual por lo que suscribe?
¿Progresistas o “estanquistas”?
Usando el sentido semántico estricto, y relacionado su paralelo anglosajón, son progresistas aquellos políticos que luchan por el progreso de la sociedad, en un movimiento, en una recambio, en un devenir superador, en un reformismo institucional para mejorar la sociedad, en una dirección hacia un “donde” que es el desarrollo, por medio de una ampliación de la libertad. Ahora bien, los intendentes que están por décadas gobernado monarquizando el municipio (como Quindimil de Lanús desde 1973 hasta 1976 y desde 1983 a la fecha; Enrique García, 19 años en Vicente López; Julio Alak —La Plata—, Raúl Othaceche —Merlo— y Hugo Curto —Tres de Febrero—, todos 15 años; etc., y que decir del longevo Elios Eseverri, en Olvarría, un radical K, que además tiene un hijo senador y miembro del Consejo de la Magistratura, y una hija Juez, elegida el año pasado por el órgano donde está el hermano…); los gobernadores que tienen reelección indefinida; los nepotistas y poseedores de “cortes reales” que ocupan el Estado; los dinosaurios mutantes partidarios (como abundan acá para no ir más lejos, personajes que hacen 20 años están dando vueltas en lo mismo, sin una nueva idea que aportar); y los sindicalistas eternizados, todos cuanto se dicen “progresistas”, ¿en verdad lo son? ¿O son más bien “conservadores” del statuo quo, del estancamiento político y social, del gatopardismo de cambiar –de posición- para que nada cambie? Retomando las ideas asociadas de progreso y libertad, ellos han acentuado la esclavitud del clientelismo, la dependencia, la construcción biográfica respecto al verdugo puntero, la recreación de la identidad esclava que el verdadero progreso viene a romper haciendo hombres libres. Al fin, ¿Qué progreso logró el progresista PJ de Buenos Aires a pesar de tener la Gobernación desde 1987 —o sea hace 20 años— y casi todos los intendentes del conurbano? Por eso el presidente no puede jactarse de progresista siendo aliado de todos estos y recreando, como lo hace, las peores prácticas de sus antecesores.